El tiempo

jueves, 9 de diciembre de 2010

El Chico Que no Quiso Despertar

El chico no era feliz.
Para qué engañarnos, era así. Si tu madre viuda también pegase a su hijo único, sería difícil serlo.
Se ahogaba las lágrimas hasta que ella se encerraba en el salón y encendía la televisión. Entonces sí podía llorr a solas, dejar ir sus lágrimas con la vaga esperanza de que no vuelvan a asomar nunca a los ojos. Pero sabe que durará veintitrés horas, hasta que ella vuelva a emborracharse y, en lugar de arroparle por la noche, le de otra paliza.
Su madre había vuelto a pasarse. El chico logró arrastrarse hasta su cama y dejarse caer sobre el colchón antes de apoyarse sobre la almohada, ahogando un quejido de dolor, y cerrar los ojos.
Su sueño fue especialmente bueno. Estaba en una llanura junto al hámster de su infancia, Burbuja. El roedor se subía por su ropa, se metía entre sus mangas, haciéndole cosquillas. El chico rió como no hacía desde la muerte de su padre.
Una luna plateada, tan brillante como un sol, alumbraba el cielo. A ese chico siempre le había encantado la luna, siempre había querido que ese astro sustituyese a la bola de fuego que les alumbraba durante el día.
Los pájaros piaban sobre los árboles. Él se sintió feliz, inmensamente feliz. No quería volver nunca a ese mundo donde los niños se reían de él, donde su madre le pegaba cada noche, donde cada célula era dolorosa, donde al día siguiente tendría moretones que no podría esconder eternamente.
No, prefería quedarse allí, en ese sueño, para siempre.
Así, el chico que no quiso despertar no lo hizo. Sus heridas bastaron para dejarle dormir para siempre.
El chico que no despertó fue feliz eternamente junto a su viejo hámster Burbuja y alumbrado eternamente por la Luna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario